Esta mañana he vivido un hecho insólito en el autobús (voy a sumar este medio de transporte a mis lugares de inspiración, junto a la ducha y las cafeterías 😋)
Un señor ha subido y al sentarse al lado de una mujer totalmente desconocida le ha dicho:
"¡Buenos días!"
Así, con exclamaciones incluidas, con brío y "rasmia" como decimos en Zaragoza y con una sonrisa de oreja a oreja.
No he visto la expresión de la señora ante tan inesperadas palabras porque estaba justo detrás de mi, pero estoy segura de que, como dice en sus conferencias Víctor Küppers, la señora ha puesto cara de susto y de "quequerraestehombredemi" mientras agarraba más fuerte el bolso.
Y es que no estamos acostumbrados a la buena educación. Se nos han olvidado algunas normas básicas que no cuesta nada practicar y que nos pueden hacer el día más agradable. Y de tanto que sorprende resulta amenazador.
Porque ya no existen ni las típicas conversaciones de ascensor de antaño, de toda la vida:
-"Parece que va a llover..."
-"Pues sí, y yo con la ropa tendida"
-"Claro, si es que anunciaban tarde de sol"
-"Esto es lo del cambio climático ese, que ha vuelto el tiempo loco"
-"Y tanto, ya no sabes ni qué ponerte hija mía"
Y así hasta llegar al piso en el que uno de los dos se bajaba y tú podías continuar con tu vida con la sensación de haber salvado un momento incómodo con bastante soltura.
Pero oye al menos hacíamos un paripé educado. Nos comunicábamos. Nos mirábamos. Nos teníamos en cuenta.
Ahora ese momento ascensor es más o menos tal que así: